La ley climática europea y su ambición

El otro día me entrevistaron en EuropaAbierta, en RNE, para hablar de la nueva ley (reglamento) europeo en materia de cambio climático. En la entrevista me preguntaron por la conveniencia de la ley y del objetivo que establece, sobre su factibilidad, sobre la petición de algunos países (entre ellos España) y organizaciones para ser más ambicioso desde ya (y no en septiembre) acerca de los objetivos de reducción de emisiones para 2030, y sobre el apoyo de los estados miembros a esta ley.

Y la verdad es que no me quedé muy satisfecho con mis respuestas. Esto de tratar un tema tan complejo en poco tiempo, y sin poder preparar las preguntas de antemano, tiene su dificultad :), y al terminar me quedé con la sensación de que no había respondido bien a lo que me preguntaban, y no había sido claro en los mensajes. Así que voy a aprovechar el blog para explicarme mejor.

Lo primero que hay que decir es que creo que es muy bueno que Europa cuente con una ley que establezca claramente sus objetivos de reducción de emisiones a largo plazo. Además, me gusta la estructura de la ley, mucho más parecida a la británica que a la francesa (o a la española): objetivos claros, gobernanza y evaluación periódica, y las medidas concretas se dejan para otras disposiciones. Además, se puede interpretar que la Comisión se reserva para sí el papel que el Comité independiente juega en Reino Unido: evaluar, proponer objetivos actualizados, y recomendar políticas concretas. Esto es un poco extraño, porque de alguna forma la Comisión es juez y parte…aunque dada la gobernanza europea tampoco es tan raro el esquema que proponen, de hecho es bastante pragmático.

Porque, y esto responde a otra de las preguntas que me hacían, realmente son los estados miembros los que han acordado (a propuesta de la Comisión) el objetivo de la neutralidad climática en 2050. Esto lo subraya Timmermans en la entrevista de la semana pasada. El único que se opone es Polonia, por razones obvias…y por tanto lo que hay que hacer es ver cómo convencerle de que apoye el objetivo, algo que ya trata de hacer el mecanismo de transición justa (y sobre lo que me extiendo más algo más abajo).

Ahora, sobre los objetivos y su nivel de ambición: es importante reconocer que el objetivo de neutralidad climática a 2050 es ambicioso, aunque no suficiente. Porque es cierto que no es compatible con el objetivo de los 1.5ºC, y esto es problemático. Pero es que lograr los 1.5ºC es muy, muy difícil. No sólo porque el cambio necesario es enorme, sino además porque las emisiones europeas son menos del 10% de las globales, y por tanto no se trata sólo de ver cómo las reducimos aquí, sino de convencer al resto. En ese sentido, es mucho más importante, a nivel global, el trabajo de diplomacia que debe hacer la UE, que una reducción mayor o menor de sus emisiones (aunque por supuesto hay que dar ejemplo).

Algo similar pasa con los objetivos a 2030: como decía antes, muchas organizaciones, y también gobiernos, exigen un nivel de ambición mayor para 2030 que el famoso 40%. Y la Comisión responde que sí, que seguramente subirán a un 50-55%, pero que primero tienen que estudiar los costes. Y esto, sinceramente, me parece muy sensato. Porque los costes tienen mucha importancia. Básicamente, porque más allá de lo que exijan los científicos y las organizaciones ecologistas, los costes son los que determinan el apoyo de la sociedad a la descarbonización. Si no lo hacemos bien, el resultado es el que hemos visto en la última COP: una desconexión entre lo que piden estas organizaciones y lo que están dispuestas a hacer nuestras sociedades.

Lo que sabemos es que el coste de la neutralidad climática en 2050, o el de ir más allá del 50-55% en 2030, es bastante elevado, por mucho que algunos nos traten de convencer de que no. Porque, si bien algunas transformaciones son relativamente sencillas, y además incluso beneficiosas económicamente, como es el aumento de la penetración renovable en el sector eléctrico, o el aumento de la eficiencia energética en muchos usos (no necesariamente la rehabilitación energética de viviendas), hay otras transformaciones (como la descarbonización completa del transporte, o la de la industria) que son muy caras, en función del plazo (por ejemplo, descarbonizar el transporte a 2050 es muy sencillo, pero a 2030 no tanto).

Y también sabemos que, incluso para las medidas menos costosas, hay un impacto distributivo importante, que puede generar una oposición muy importante a la actuación. Porque, incluso aunque las medidas pasen un coste-beneficio, la compensación (el criterio de Kaldor-Hicks) no es tan sencilla.

Así que tenemos un importante conflicto por resolver: por un lado, la ciencia, y la ética, nos dicen que debemos tratar de ser lo más ambiciosos posible en la reducción de emisiones a nivel global, fundamentalmente para evitar efectos muy negativos del cambio climático sobre todo en los países más pobres. Pero por otro lado, sabemos que esto tiene un coste elevado, no sólo económico, sino también político. Este es el verdadero nudo gordiano pues de la transición climática, más allá del wishful thinking de algunos: cómo gestionamos este coste necesario, y cómo conseguimos que la sociedad esté dispuesta a incurrir en él. Si tuviera la respuesta a esta pregunta sería estupendo…claramente no la tengo. Pero sí tengo algunas ideas:

  • Primero, que es muy distinto cuando este coste se plantea en términos de gasto que cuando se plantea en términos de inversión. Una inversión en un futuro mejor abre oportunidades para todos, si se hace en los sitios correctos. Esto es el mensaje de la UE, y también del PNIEC. Pero esto requiere un buen análisis del cómo, del qué, y del cuándo.
  • Segundo, mientras evaluamos bien dónde invertir, podemos ir tomando medidas con coste nulo o muy bajo coste, como ya he mencionado antes. Pero hay que saber cuáles son.
  • Tercero, es fundamental tener clara la distribución de los costes de la mitigación: entre países y dentro de los países, entre sectores y entre segmentos de renta (Xavier nos ofrece un buen ejemplo). Sólo así podremos compensar adecuadamente a los perdedores, de forma que nadie se oponga a la transformación necesaria.

Y para poder responder todas estas preguntas, es fundamental evaluar bien los costes de los objetivos, en lugar de tirarse a la piscina sin más. Porque si la piscina no tiene agua, nos daremos un buen tortazo, y eso no será ni mucho menos bueno para la transición climática, ni para muchas otras cosas, léase movimientos políticos populistas de uno y otro color que aprovechan el cambio climático para generar confrontación.

 

Un comentario en “La ley climática europea y su ambición

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