El jueves pasado celebramos en la sede (y con la colaboración) de la Fundación Areces la primera actividad de un nuevo curso de Economics for Energy. Para ello contamos con Robert Hahn, catedrático de Oxford y reputado experto en regulación económica y ambiental (es especialmente conocido y valorado su papel en el diseño y aplicación del primer gran mercado de derechos de emisión, sobre los óxidos de azufre en EE.UU, a finales del siglo pasado), que nos ilustró sobre sus últimos trabajos en el ámbito energético-ambiental con métodos experimentales. Aquí se pueden consultar más detalles del acto.

Bob Hahn con los directores de Economics for Energy en Madrid
En su presentación, Bob comenzó hablando de la revolución silenciosa que ha vivido la ciencia económica en las últimas décadas con la combinación de dos fenómenos: la búsqueda de una mayor riqueza en las explicaciones de las conductas humanas (añadiendo factores psicológicos y sociales a los considerados tradicionalmente por los economistas) y la aplicación de técnicas habituales en ciencias naturales mediante los denominados experimentos de campo. De hecho, nuestros encuentros bienales de A Toxa muestran el creciente interés de la profesión en estos asuntos.
Aunque las aplicaciones de la economía experimental son muy ricas y van mucho más allá del ámbito energético-ambiental y de su utilidad para las políticas públicas, Bob se concentró en estos dos últimos aspectos. Basándose en un trabajo reciente publicado en EEEP, la presentación se centró en tres cuestiones cruciales para poder definir y evaluar políticas energéticas y/o ambientales: los precios, la información y el marco de referencia.
Bob ilustró el seminario con tres estudios en los que participaron él o sus coautores en los últimos años. En primer lugar, sobre los incentivos y aproximaciones para conseguir optimizar el uso de carburantes de los pilotos de una aerolínea. Como recoge este artículo de Harvard Business Review, el experimento demostró que es posible conseguir importantes ahorros de emisiones (llevando el combustible necesario, no más) a la vez que se mejoran las cuentas de la compañía y la satisfacción laboral.
El segundo trabajo se relaciona con la capacidad de aumentar la sensibilidad a los precios de los productos energéticos, muy baja tal y como hemos observado en este reciente metaánalisis. Así, el uso de nuevas formas de representar y suministrar información permitiría mejorar la reacción de los consumidores ante, por ejemplo, políticas energético-ambientales de naturaleza correctora. Por último, Bob citó un estudio realizado para Uber en el que se intentan contabilizar todos los beneficios que suministra este servicio a los consumidores.
En fin, unos métodos de indudable interés para los que queremos, como Bob, mejorar la eficacia y reducir los costes de las políticas públicas energéticas y ambientales. En el turno de preguntas, sin embargo, el ponente reconocía que su reciente paso por la Comisión sobre definición y aplicación de políticas públicas basadas en evidencia de EE.UU no le llevaba a una visión muy optimista de lo conseguido hasta el momento. Queda mucho por hacer en esta interfaz entre académicos y decisores políticos, pero también en las aplicaciones orientadas al mundo empresarial. Y si eso ocurre en países mucho más proclives a la experimentación y al uso del conocimiento, en España tenemos un margen de mejora prácticamente total. Esperemos que la demanda de estos estudios aumente y que la comunidad académica sea capaz y esté interesada en satisfacerla.